La República romana by Isaac Asimov

La República romana by Isaac Asimov

autor:Isaac Asimov [Isaac Asimov]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Historia, Historia universal Asimov
publicado: 2013-12-06T20:19:26+00:00


El fin de Cartago

Desde la batalla de Zama, Cartago luchó para sobrevivir, dedicándose a sus asuntos internos y, sobre todo, tratando de no provocar a los romanos. Pero los romanos necesitaban pocos pretextos. Nunca perdonarían a Cartago las humillantes victorias de Aníbal.

Masinisa, en connivencia con los romanos, hizo todo lo que pudo para irritar y acosar a los cartagineses. Los insultaba, invadía su territorio, y cuando Cartago se quejaba a Roma, ésta no le proporcionaba ayuda alguna.

El romano más furiosamente anticartaginés era, desde luego, Catón. En 157 a. C. formó parte de una misión romana que viajó a África para dirimir otra disputa entre Masinisa y Cartago. Catón se horrorizó de ver que Cartago gozaba de prosperidad y su pueblo de bienestar. Esto le pareció intolerable e inició una campaña para ponerle fin.

A partir de ese momento terminaba todos sus discursos, cualquiera que fuese el tema, con la frase: «Praeterea censo Carthaginem esse delendam» («soy también de la opinión de que Cartago debe ser destruida»).

En realidad, se trataba de algo más que de un mero prejuicio de su parte. Cartago, al hacer florecer nuevamente su comercio, competía con Italia en la venta de vino y aceite, y los terratenientes italianos (uno de los cuales era Catón) se veían perjudicados. Pero, por supuesto, con frecuencia el provecho privado se oculta tras una apariencia de gran patriotismo.

En 149 a. C., finalmente Catón tuvo su oportunidad. Las acciones de Masinisa finalmente arrastraron a Cartago a levantarse en armas contra su incansable enemigo. Se libró una batalla, que ganó Masinisa, y los cartagineses comprendieron de inmediato que Roma consideraría esa acción como una violación del tratado de paz, pues Cartago había hecho la guerra sin permiso de Roma.

Cartago envió delegados a dar explicaciones e hizo ejecutar a sus generales. Pero los romanos ya tenían una excusa. Aunque Cartago perdió la batalla, se hallaba completamente inerme y, además, estaba dispuesta a cualquier cosa para mantener la paz; Roma le declaró la guerra.

El ejército romano desembarcó en África y los cartagineses se dispusieron a aceptar cualquier exigencia, hasta la de entregar todas sus armas. Pero lo que exigían los romanos era que Cartago fuese abandonada, que los cartagineses construyesen una nueva ciudad a no menos de quince kilómetros del mar.

Los horrorizados cartagineses se negaron a eso. Si su ciudad iba a ser destruida, ellos serían destruidos con ella. Con el coraje y vigor de la desesperación, los cartagineses se encerraron en su ciudad, fabricaron armas casi sin elementos y lucharon, lucharon y lucharon sin pensar para nada en rendirse. Durante dos años, los asombrados romanos vieron fracasar todos sus intentos de abatir a su enloquecido adversario.

En ese lapso murieron los dos enemigos de Cartago: Catón y Masinisa, el primero a los ochenta y cinco años de edad y el segundo a los noventa. Ninguno de esos crueles hombres vivieron para ver destruida a Cartago. Ambos pasaron sus últimos años observando la humillación de las armas romanas por el enemigo cartaginés.



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